Discurso inaugural pronunciado por el coordinador del evento Enrique Del Risco:
Este evento es resultado de la perseverancia de varias tradiciones cubanas. Una de ellas tuvo comienzo en diciembre de 1823 cuando por diferentes vías pero idénticas razones llegaron a esta ciudad el poeta José María Heredia y el profesor y escritor Padre Félix Varela. Fue esa la fecha y este el lugar de la extensa tradición de la emigración cubana que continuarían figuras como Cirilo Villaverde, José Martí, Ignacio Cervantes, Enrique José Varona, Pablo de la Torriente Brau o Reinaldo Arenas por solo hablar de algunos de los más prominentes creadores muertos que se refugiaron alguna vez aquí. En Nueva York se creó la bandera nacional, la gran novela fundacional cubana, el Partido Revolucionario Cubano y hasta la idea de la Revolución Cubana como ente intemporal y trascendente. Un evento como este serviría para recordarnos cierta constante de la nacionalidad cubana: se trata de una nación forjada fuera de su propio espacio geográfico, insistentemente extraña a sí misma, un país platónico que en su versión material no es más que la sombra de un arquetipo creado en estas latitudes. Así nos va, dirá alguno.Debe recordarse que, extrañamientos aparte, el exilio ha sido tan extenso y fecundo como la nación misma y los cubanos, de tanto persistir en el éxodo, –ante la extrañeza de muchos que del destierro tienen una visión más bien plañidera- lo asumimos con frecuencia más como posibilidad de existencia real que como castigo. El destierro puede así ser visto por un cubano como simple regreso a los orígenes de su identidad, como un reencuentro consigo mismo. “Aquí no somos desterrados sino fundadores” dijo alguna vez el ubicuo Martí con su habitual entusiasmo bíblico. Puede pensarse que tras tantos exilios sucesivos no queda mucho que fundar pero con el tejido de naciones como Cuba ocurre como con aquél en que se empeñaba Penélope: lo que se teje de día se deshilacha de noche.Sin embargo, ninguna tradición, por sostenida que sea, alcanzará para darnos sentido como individuos y el exilio no nos deja otra opción que, separados de nuestros involuntarios orígenes, reconocernos y realizarnos como tales. Pero todo este esfuerzo no debe ocultarnos que ninguna tradición nacional conseguirá redimirnos del todo como individuos. “Quizás el mayor valor y mayor función de los exiliados” decía un célebre desterrado, el poeta ruso Joseph Brodsky, “descansa en ser involuntarias encarnaciones de la descorazonadora idea de que un hombre liberado no es un hombre libre, que la liberación sólo es un medio de obtener libertad y no es sinónimo de esta. Esto subraya la extensión del daño que puede ser hecho a las especies y podemos sentirnos orgullosos de desempeñar este papel. Sin embargo, si queremos jugar un papel mayor, el papel de hombre libre, entonces debemos ser capaces de aceptar –o al menos imitar- la manera en la cual un hombre libre fracasa. Un hombre libre, cuando fracasa, no culpa a nadie.No obstante esperamos que este evento no fracase y no tener que culpar siquiera a nosotros mismos. Y esa esperanza no parece inalcanzable porque este coloquio es encarnación de otras dos tradiciones cubanas más profundas y antiguas que el exilio: me refiero a la amistad y la improvisación. Solo ellas lo han hecho posible. Esperemos que la primera de estas tradiciones ayude a hacer más leves los inconvenientes de la segunda y que esfuerzos como este sirvan para refundar la nación dentro o fuera de las convenciones de su geografía.(Quisiéramos agradecerles a Noelia Sánchez y a José Reyes secretaria y administrador la colaboración brindada en la organización del evento. Al caricaturista Garrincha el diseño del cartel y el programa del coloquio y a María Pérez, de Cuba Art New York (CANY), por los fondos aportados para hacer posible este coloquio).
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