Wednesday, August 15, 2012

Nueva York y la vanguardia cubana


Nueva York y la vanguardia cubana (Fragmentos de la presentación en el Panel Arte Cubano en Nueva York, Coloquio Cuba por fuera, NY junio de 2012)

Lisset Martínez Herryman

En 1868 el pintor cubano Guillermo Collazo llegó a Nueva York. Había sido enviado por sus padres a esta ciudad por temor a las represalias del gobierno español por las actividades de la familia en la causa independentista. Sus inclinaciones artísticas lo motivaron a trabajar como colorista y después en el estudio del retratista de moda en la ciudad, Napoleon Sarony.
Collazo fue uno de los tantos ejemplos de artistas cubanos que estuvieron en Nueva York, buscando refugio político, oportunidades de trabajo o para probar fortuna.


El paisajista Esteban Chartrand había vivido aquí por períodos, donde trabajó y se puso en contacto con artistas de la Escuela del Río Hudson. Sus influencias se aprecian en los paisajes idílicos y románticos del campo cubano pero también en la inclusión de elementos locales.

 Otros artistas cubanos del siglo XIX que tuvieron vínculos con Nueva York fueron Valentín Sanz Carta (murió en NY) y Juan Jorge Peoli (había nacido en NY).

Durante el período republicano muchos artistas que enseñaban en la Academia de San Alejandro viajaron a la ciudad moderna para conocer las colecciones de arte en museos y galerías, fuentes de sus ejercicios académicos. Armando Menocal (1863-1942) trabajó para Condé Nast en NY y pintó ilustraciones para varias de sus revistas; José Joaquín Tejada (1867-1951), amigo de Martí, expuso allí en 1894, y Leopoldo Romañach (1862-1951), el admirado profesor cuyos estudiantes fueron después los representantes más importantes de la vanguardia cubana, trabajó en la American Litographic Company, en Nueva York por varios años entre 1895 y 1900, cuando regresó a La Habana y se convirtió en profesor de San Alejandro. En su estudio de Nueva York se reunían ilustres personalidades para conversar sobre la emancipación de Cuba.





Aunque la mayoría de los artistas de la vanguardia cubana miraron a Europa y México en sus búsquedas de novedad formal, varios creadores precursores de la modernidad ya habían visitado Nueva York desde principios de siglo alimentándose del espíritu moderno  que crecía en la gran ciudad.

La caricatura y la ilustración fueron manifestaciones pioneras en utilizar un lenguaje moderno que también abrió las puertas a otros artistas para sus experimentos formales. El fenómeno fue señalado por Carpentier y Jorge Rigol y desde hace algunos años estudiado con profundidad por la Dra. Luz Merino, Lilliam Llanes y Ramón Vázquez, en Cuba, y el curador Elvis Fuentes, en Nueva York.

El auge y difusión de los periódicos creó el campo propicio para el florecimiento del dibujo humorístico, la ilustración y la caricatura.
Nueva York, con los avances tecnológicos en la producción de la publicaciones periódicas y los estudios comerciales, se convirtió en centro de atracción para muchos artistas que buscaban fuentes de empleo y realización profesional.

Ilustradores y caricaturistas, un grupo considerado de "segunda categoría" en la dinámica de las manifestaciones artísticas fueron los que realmente abrieron el camino y los deseos de liberación de un arte que repetía incansablemente fórmulas académicas hasta entrada la segunda década del siglo XX.
Conrado Massaguer, considerado el primer creador del ámbito gráfico cubano del siglo XX en ser un triunfador en el extranjero estudió las revistas neoyorquinas y en 1916 funda la revista Social, revolucionaria en su técnica (impresión «offset», compra su propia imprenta en 1917), de  72 páginas y con una tirada inicial de 3000 ejemplares.

La revista introdujo una nueva visualidad entre las publicaciones periódicas en Cuba, que pretendía educar a las altas clases en una cultura urbana actualizada.



El tenor italiano Enrico Caruso, al que Massaguer caricaturizó en repetidas ocasiones, haría en 1916 la caricatura de su caricaturista en el hotel Knickerbocker de New York.

Massaguer fue el primer dibujante que expuso en la Quinta Avenida --en las vidrieras de B. Alman and Co. en las calles 34 y 35, y en 1939 fue invitado como delegado de arte y propaganda del Pabellón Cubano en la Feria Mundial de New York.



Otros dos ilustradores que tuvieron una vida profesional destacada en Nueva York fueron José Manuel Acosta y Abril Lamarque. Acosta fue un artista autodidacta, invitado a trabajar en Nueva York por un empresario que había conocido sus dibujos en Cuba y quedó impresionado. En 1927 viaja con su familia a la gran ciudad y trabaja para las revistas Dance Magazine , Theater Magazine y Vanity Fair con éxito. También fue uno de los pioneros de la fotografía cubana.

Abril Lamarque llegó allí con 12 años. Sus padres lo enviaron a estudiar inglés y administración de empresas. Con 15 años publicó su primer dibujo en la sección Boy Scout New York World-Telegram and Evening Mail y ya a los 19 sacó su primera tira cómica en el NY Daily News. 

Creó el personaje "Monguito", quien se pasaba todo el tiempo en situaciones difíciles. Entre 1941-46 fue el primer director de arte la edición dominical del New York Times.

Rafael Blanco, a quien muchos consideran el pionero del movimiento de vanguardia cubano estuvo en Nueva York en 1918 con una beca del gobierno.

Entre los artistas de la vanguardia cubana que exhibieron en la Exposición de Arte Nuevo de 1927, considerada la marca definitoria del movimiento moderno, estaba Carlos Enriquez. Había viajado en los años 20 a estudiar a la Academia de Artes de Pennsylvania donde conoció a su futura esposa Alice Neel. De allí fue expulsado, y en 1925 se casan y se van a vivir a La Habana.  Un poco después se asientan en Nueva York donde Enriquez tiene la oportunidad de colaborar en revistas y períodicos junto al líder de la Ashcan School, Robert Henri.




Otros artistas que visitaron la ciudad para estudiar fueron Marcelo Pogolotti y Amelia Peláez quienes recibieron instrucción en la ya conocida Arts Students League, una escuela fundada por artistas para artistas. Mario Carreño enseñó en dicha institución en 1944.



El escultor Teodoro Ramos Blanco, quien también había estudiado en San Alejandro, estuvo en Nueva York durante los años 30.  Residió en Harlem y convivió con los escritores y artistas del Harlem Renaissance. El poeta Langston Hughes escribió un artículo donde lo mencionaba como ejemplo del creador cuya dignidad, fuerza y temas de sus obras era un orgullo para su grupo racial.


En 1944 se realizó en NY una exposición que marcó un hito importante en la historia del arte cubano y latinoamericano. La exposición "Modern Cuban Painters" organizada por José Gómez Sicre y Alfred Barr, curador del MoMA.
Alfred Barr visitó a Cuba en 1942 para comprar obras y pedir donaciones para el MoMA, como parte de la política del Buen Vecino. Allí se reunió con Mario Carreño y su esposa María Luisa Gómez Mena, quienes le presentaron a artistas de su círculo y lo atendieron de manera espléndida.


De esa visita surgió la idea de proponer al museo una exhibición de arte de los pintores modernos cubanos y como Barr se entusiasmó y quedó complacido con las obras que vio, hizo todo lo posible porque al final se diera la exposición en 1944.
La muestra se inauguró en marzo de 1944 e incluyó a 13 artistas: V. Manuel, Peláez, C. Enríquez y Ponce de "la primera generación", así como a Cundo Bermúdez, Carreño, Portocarrero, Mariano, Martínez Pedro, Felipe Orlando y Roberto Diago, de "la segunda".


Otros dos artistas, primitivos, Feliscindo Iglesias y Rafael Moreno también fueron incluidos. La mayoría de estos artistas habían participado en la exposición del año 1943, que exhibía obras de la colección de arte latinoamericano del museo.
Sicre quería incluir una obra de Arche pero no llegó a tiempo. Y Lam se negó a participar porque tenía problemas de entendimiento con Ma. Luisa y con Gómez Sicre.
En la exposición estuvieron excluidos, entre otros, los artistas que no residían en Cuba Antonio Gattorno, Eduardo Abela, Enrique Riverón, y Arístides Fernández, que ya había muerto.


La exposición fue muy bien recibida por la crítica y les aseguró a muchos de sus participantes un espacio en la historia de la plástica cubana. Y no sólo eso, sino que logró influenciar el apoyo institucional y de los coleccionistas en la isla quienes se entusiasmaron por adquirir y prestar atención al arte local.




Por su parte los artistas se sintieron también motivados a trabajar con mayor seriedad, rigor y calidad en sus propuestas.
A partir de este momento se sucedieron las exposiciones en otros países, internacionalizando el arte moderno que se hacía en Cuba.